Chile avanza con paso firme hacia una nueva era en infraestructura pública y movilidad urbana. La construcción del tren Santiago–Melipilla no solo marca un hito en materia de transporte, sino que también reabre el debate sobre la importancia de invertir en obra pública con visión social y regional. Este proyecto, considerado el más relevante en ejecución dentro del país trasandino, promete transformar la vida cotidiana de más de 1,7 millones de habitantes de la Región Metropolitana.
La obra permitirá unir a las comunas de Estación Central, Cerrillos, Maipú, Padre Hurtado, Peñaflor, Talagante, El Monte y Melipilla, en un recorrido que reducirá el tiempo de viaje en horas de mayor aglomeración de tráfico, desde dos horas por carretera a apenas 46 minutos. La red incluirá 11 estaciones distribuidas a lo largo de 61 kilómetros, conectando estratégicamente con las líneas 1 y 6 del Metro de Santiago.
Una apuesta por la modernidad y la equidad territorial
El nuevo servicio operará con 22 trenes eléctricos de última generación, capaces de transportar a más de 800 pasajeros por unidad y alcanzar velocidades de hasta 120 km/h. La incorporación del sistema de control ETCS Nivel 2 —utilizado en los principales trenes europeos—, junto con trazados totalmente confinados y monitoreo permanente, demuestra una clara apuesta por la seguridad y la eficiencia.
El cronograma de obra contempla tres etapas que permitirán un avance progresivo hasta su puesta en marcha total en 2029. La primera fase ya comenzó entre Melipilla y Malloco (35,9 km), mientras que el tramo Talagante–Lo Errázuriz (21,5 km), proyecta su entrada en funcionamiento hacia finales de 2027. El último segmento, correspondiente al túnel hacia Alameda (3,2 km), que representa el mayor desafío técnico, será licitado durante 2026.
Comparaciones que interpelan
Si miramos hacia Argentina, resulta inevitable comparar este modelo de planificación con el deterioro o abandono que muchas veces afecta a los proyectos ferroviarios nacionales. Mientras Chile avanza hacia un tren interurbano moderno y sustentable, en Argentina persisten demoras estructurales y una falta de continuidad en políticas públicas de infraestructura. Las obras que logran concluirse, como algunas reactivaciones de ramales del Belgrano Cargas o tramos metropolitanos, no siempre alcanzan el impacto transformador que hoy se propone el tren chileno Santiago–Melipilla.
Por qué invertir en obra pública importa
La experiencia chilena reafirma un principio esencial: la obra pública es mucho más que cemento y acero, es una herramienta de cohesión social, desarrollo económico y dignidad ciudadana. Invertir presupuesto estatal en infraestructura de transporte no solo dinamiza el empleo, sino que también reduce desigualdades, acerca territorios y potencia la productividad regional.
La modernización ferroviaria chilena demuestra que el Estado puede y debe ser protagonista en la planificación de futuro. Porque cuando la inversión pública prioriza el bienestar colectivo, los trenes no solo acortan distancias: también reconectan a los pueblos con la idea de progreso compartido.
