Por Liliana Romano, periodista
Para Revista Mandato
El Día Mundial Sin Alcohol, que cada 15 de noviembre impulsa la Organización Mundial de la Salud, no es un ritual sanitario ni una efeméride más en el calendario internacional. Este día nació como una advertencia a uno de los factores que más dolor, enfermedad y muerte provoca en la salud pública global. Esta fecha existe porque la sociedad, atrapada entre la tradición y la negación, necesitaba un recordatorio que rompiera el hechizo de la normalización del consumo abusivo de alcohol en cada evento en el que se congrega la sociedad. Su conmemoración es, en última instancia, un ejercicio de lucidez frente a una sustancia psicoactiva que la cultura ha romantizado hasta volver casi imperceptible el riesgo que encierra no tener limites para beber.
El alcohol es la única «droga» celebrada socialmente
El 15 de noviembre nos recuerda que el consumo problemático no es un fenómeno marginal, sino un drama que atraviesan clases sociales, generaciones y geografías. El alcohol es la única droga celebrada socialmente, publicitada masivamente y defendida culturalmente. Las consecuencias del abuso del alcohol pueden divisarse claramente en las guardias hospitalarias, en los partes policiales, en la complicidad de las familias o el entorno y en los cementerios.
Flagelo sin fronteras
En Argentina y Chile esta tensión se vuelve evidente. Ambos países han mostrado, según sus organismos oficiales, una estabilización e incluso un ligero descenso del consumo per cápita en los últimos años. Esto podría parecer una buena noticia, pero las estadísticas son tramposas porque el consumo y las consecuencias adversas que genera el abuso del alcohol siguen siendo alarmantes.
Los grupos de mayor ingesta no son solo los adultos maduros, sino los jóvenes. Esa franja etarea vital, donde la identidad se ensaya, el cuerpo se prueba y la pertenencia se negocia sin advertir consecuencias. Allí el alcohol funciona como contraseña para la aceptación social y, al mismo tiempo desencadena el camino hacia el riesgo profundo como lo es el coma alcohólico, que hace tiempo dejó de ser una rareza clínica para convertirse en un capítulo frecuente en la vida nocturna y en los centros asistenciales. Otro paisaje desolador que genera este flagelo son las rutas y calles que fueron hechas para unir barrios y ciudades, no para convertirse en caminos propicios para las tragedias. En ambos países trasandinos, una proporción significativa de siniestros fatales está asociada al alcohol. Sería inteligente comenzar a asimilar que la libertad de beber termina donde empieza el daño a terceros. El punto es que no se trata solo de accidentes sino del desprecio por la vida.
El alcohol, puerta de entrada a las drogas
El consumo de alcohol a edades tempranas abre además una vía rapida hacia otras sustancias por la influencia del entorno, la presión del grupo y la pérdida gradual de los límites personales. El alcohol en exceso abre puertas que luego son difíciles de cerrar.
Ante este escenario las sociedades no pueden conformarse con la idea cómoda de que «desde que el mundo es mundo siempre fue así, siempre hubo borrachos en toda fiesta y en toda familia”, este comentario solo apoya la desidia. Hoy estamos obligados a actuar para poder avanzar hacia una sociedad más evolucionada. Existen recursos y redes, como Alcohólicos Anónimos en Argentina y Chile, que pueden ser un primer apoyo para quienes buscan recuperar su vida. Pero no se puede cargar toda la responsabilidad sobre la persona que lucha sola, hace falta también un compromiso real de la familia y del Estado que debe generar políticas públicas firmes, sostenidas y libres de la influencia empresarial que intenta reducir el problema a una simple cuestión de libertades individuales.
Reflexionemos
En «Un día sin alcohol», el reto no es si podemos pasar 24 horas sin beber. El desafío más incómodo que propone esta fecha es si estamos dispuestos a dejar de fingir que el consumo abusivo de alcohol es siempre inocente, festivo o inofensivo. El alcohol no es “malo” en sí mismo, claramente es una obviedad, el problema es cuando el abuso desdibuja la lucidez, erosiona la moderación o se vuelve una coartada cultural para justificar excesos que dañan a uno mismo y a los demás. Por eso esta fecha no convoca a la abstinencia obligada, sino a un acto de sinceridad, como lo es mirar de frente aquello que nos negamos a ver en nosotros mismos, en la pareja, en los hijos, en la familia y en los amigos. El flagelo del alcoholismo es un tema que solemos relegar de toda conversación personal y pública, pero ya es hora de cambiar, de enfrentarlo, de tratar el consumo excesivo de alcohol con honestidad responsabilidad, límite y cuidado. El Estado puede actuar con campañas de prevención y concientización y centros de rehabilitación pero está en uno poner fin a los vicios, excesos y adicciones que afectan no solo a nuestras vidas sino también a todo nuestro entorno.
